05 noviembre 2012

Ciencias paranormales.

Por un momento imaginé que volteabas, que te despojabas del rígido plástico que mantenía tu cuello en posición y les indicabas a los desesperados hombres uniformados que ibas a estar bien. Habías perdido la voz, pero no había problema, yo no podía escucharte de todas formas. No quise saber tu nombre, no era necesario, hay ojos que nunca se olvidan. Y fuimos a Italia, te dibujé enfrente de un parque mientras observabas al anciano que todos los martes alimentaba a las palomas. Observé tus expresiones faciales, de miedo y de placer, tanto en las casas embrujadas de Tokio, como en los hoteles de Mónaco, te enseñé mis habilidades de astrónomo aficionado bajo los cielos de Veracruz y me enseñaste a elegir un buen par de aretes en los barrios de Teherán. Regresando a casa, me contaste de tu gusto por dejar tazas en el jardín, para poder preparar té con agua de lluvia. Coloqué mis manos sobre tu cabello y te conté un cuento antes de dormir, uno sobre el por qué la humanidad jamás sabrá cuantas especies de peces existen en el océano. Por Matilda Manzana.

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